7 jul 2007

YANGON, la ciudad del jardín del este. Agosto 2001.




 La hasta no hace muchos años llamada Rangún esconde entre sus edificios, de aspecto sucio y descuidado, una de las más increíbles maravillas que el viajero pueda encontrar mientras recorre Asia. La gran Pagoda Shwedagon, dominando toda la capital desde la colina en que levanta majestuosa sus 100 metros de altura, luce, orgullosa y rodeada por los 82 edificios que la acompañan, sus 8.000 planchas de oro culminadas por una aguja en la que se incrustan 5.000 diamantes. El viajero que tenga el acierto de visitarla en más de una ocasión, hará muy bien en acudir alguna vez a la caída de la tarde cuando los últimos rayos de sol bañan su cúpula ofreciendo al atónito espectador un espectáculo inolvidable.



Más modestas, pero también merecedoras de la atención del visitante, son las pagodas de Kaba Aye, Chauk Htat Gyi, Sule y Botataung, con su laberinto de espejos, tras cuya visita se podrá disfrutar dando una vuelta por el siempre animado mercado al aire libre y por el mercado Bogyoke Aung San, antes de recorrer sin prisas los jardines del lago Kandawgyi para cenar espléndidamente en el restaurante levantado sobre sus tranquilas aguas.

Después de un interminable vuelo, Madrid-Zurich-Kuala Lumpur-Yangón: 16 horas, más o menos, llegamos a la capital de Myanmar. Nos alojamos en el Eastern Hotel, céntrico y confortable.


Comenzamos la visita a la ciudad, viendo el mercado Bogyoke y la pagoda Sule. Fuimos a cenar a un restaurante birmano y nos tomamos un chupito en el hotel.
Al día siguiente, Pagoda Shwedagon: Festividad budista de la Luna Llena. Pleno de gente. Lluvia, sol, un poco de todo.

 

Lago Kandawgyi: Chaparrón monzónico, viendo las figuras del parque al aire libre.
Botataung Paya.(Visita al interior).
Río Yangón: Descarga de sacos de arroz.

Tren nocturno hacia Mandalay: Salida a las 18,30 PM. Llegada a las 11,30 AM. 16 horas, sin dormir apenas, en un tren renqueante y con visitantes nocturnos no deseables, que correteaban por el suelo. Sin embargo, el amanecer fue alucinante, con un verde espectacular y un brillante sol que iluminaba los campos, donde los agricultores estaban en la faena.


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